La estructura y propiedades, como densidad, dureza y punto de fusión, de los cristales, están determinados por el tipo de fuerzas que mantienen unidas a las partículas. Un cristal podrá clasificarse dentro de uno de estos grupos: iónico, covalente, molecular o metálico.
En un cristal molecular las moléculas se mantienen unidas por fuerzas de van der Waals y/o puentes de hidrógeno. El dióxido de azufre (SO2) es un ejemplo en donde la fuerza predominante es la interacción dipolo-dipolo; y en el hielo predominan los puentes de hidrógeno. Con excepción del hielo, las moléculas de los cristales moleculares suelen empacarse tan juntas como su tamaño y forma se lo permitan. Debido a que los enlaces de van der Waals y los puentes de hidrógeno son más débiles que los enlaces iónicos y covalentes, los cristales moleculares son más quebradizos que los iónicos y covalentes. Además, debido a sus fuerzas tienen bajos puntos de fusión y son malos conductores del calor y de la electricidad.
Los cristales metálicos, poseen la estructura más sencilla de todas, ya que cada punto reticular está ocupado por un átomo del mismo metal. Generalmente poseen una estructura cúbica centrada en el cuerpo o en las caras; pero también pueden presentar un empaquetamiento hexagonal compacto. Debido a esto, suelen ser muy densos. En un cristal metálico, los electrones están deslocalizados y tienen gran movilidad. Esto los hace gran conductores de calor y electricidad, además de darle buena resistencia al metal. Con respecto a la dureza y los puntos de fusión, son muy variados.