Saltar al contenido

Cultura y sociedad en los años sesenta y setenta

Años 60 - 70

Las décadas de 1960 y 1970 estuvieron marcadas por la internacionalización de la cultura y el desarrollo de la industria cultural. Las producciones generadas en el centro del sistema capitalista se propagaron rápidamente hacia la periferia. En la Argentina, algunas de esas producciones (como la minifalta, los Beatles, los Rolling Stones, el cine «de protesta» y el «de reflexión») tuvieron un vigoroso impacto entre los sectores juveniles.

La cultura y sociedad en los años sesenta y setenta, estuvieron plasmados por el protagonismo de los jóvenes. El deseo de cambios revolucionarios y la necesidad de adoptar actitudes radicales, vanguardistas y de ruptura con el sistema, fueron las notas distintivas de la cultura de una gran parte de la sociedad en aquellos años. Casi ninguna esfera de la vida cultural estuvo ajena a ese espíritu cuestionador y de transformación de todo lo existente, en el que se entremezclaron las influencias procedentes del exterior con posiciones que reivindicaban las raíces nacionales y populares. Una generación joven de rockeros, folcloristas, artistas de vanguardia, intelectuales y militantes políticos fue la expresión de esos anhelos y utopías.

La cultura nacional y popular en los años sesenta y setenta

Hacia mediados de la década de los años sesenta, entre los intelectuales y los estudiantes (y también en una parte de los sectores medios)  se fue conformando una corriente de pensamiento crítica de la tradición liberal, a la que calificaban de «europeizante» y «colonialista».

Los intelectuales que acordaban con esta corriente plantearon como alternativa un pensamiento antiimperialista, que debía buscar sus raíces e identidad en la cultura latinoamericana. El resultado de esta re orientación ideológica fue  la formación de una corriente de pensamiento que se conoció como «izquierda nacional».

En esta nueva corriente confluyeron escritores, poetas, novelistas y periodistas, entre otros Leopoldo Marechal, Rodolfo Walsh, Francisco Urondo, Juan Gelman, Humberto Constantini, los hermanos Cedrón; filósofos, historiadores, y ensayistas, como Juan José Hernández Arregui, Arturo Jauretche, Rodolfo Ortega Peña, Eduardo L. Edualde, Jorge A. Ramos. Todos ellos provenían de diferentes corrientes ideológicas y políticas, pero compartían la necesidad de expresar un ideal revolucionario «nacional y popular», que se integrara con las «luchas por la liberación de los pueblos». La noción de «socialismo nacional» fue la fórmula que expresó de manera sintética sus anhelos de vincular el pensamiento y la teoría marxista  con la experiencia política peronista de la clase obrera argentina, a la que consideraban el sujeto revolucionario.

Los intelectuales revisaron la historia argentina buscando las claves de interpretación en las luchas populares contra la dominación colonial. La revisión de la experiencia peronista incluyó la valoración de la figura de Eva Perón, que se transformó en un mito revolucionario. La izquierda peronista la exaltó en sus banderas con la consigna  «Si Evita viviera sería montonera».

La radicalización política que se intensificó en la década del 1970 y este conjunto de influencias ideológicas favorecieron la aceptación de la violencia como un camino legítimo para transformar un orden social considerado injusto. La violencia constituyó un elemento constante en la cultura política argentina de aquellos años, al mismo tiempo que la democracia política aparecía desjerarquizada, luego de muchos años de proscripciones y gobiernos militares y civiles ilegítimos.

Para amplios sectores de la sociedad argentina en los años sesenta y setenta, la violencia política era un fenómeno cotidiano, al que se aceptaba como normal e inevitable. Se hizo de uso frecuente la expresión «la violencia de arriba engendra la violencia de abajo», para justificar el derecho del oprimido a liberarse del opresor. La violencia, «en manos del pueblo» fue considerada por muchos como sinónimo de justicia.