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Leyenda del Calafate

Hay una leyenda que envuelve a las tierras calafateñas, la misma dice que el que visita este destino siempre vuelve. Calafate es un lugar ubicado en la Patagonia argentina, y debe ese nombre a un fruto de esa región llamado justamente Calafate.

En torno a este lugar hay una leyenda de los tehuelches, la misma es muy significativa, teniendo en cuenta que el lema turístico del lugar es “quien visita Calafate siempre vuelve”. Los que han ido dicen que tiene una energía y mística especial, la cual se ve reflejada en esta leyenda que a continuación te contaré.

En los paisajes propios del calafate vivían los tehuelches, dueños originarios de esas tierras. Al llegar el invierno comenzaban a emigrar hacia el norte, ya que allí el frio no era tan intenso y la caza era posible. En torno a estas migraciones se dice que una vez Koonek –una curandera de la tribu-, no podía caminar mas debido a su vejez, pero la marcha no podía detenerse; entonces esta mujer comprendió la lay natural de cumplir con el destino.

La tribu juntó mucha leña y alimento para dejarle a esta anciana, y le confeccionaron un toldo y dieron abrigo, todos se despidieron de esta con el canto de la familia, ya que ella quedaba sola para morir…  y pasó el invierno, y pasaron muchos soles y lunas hasta que llegó la primavera; entonces volvieron los brotes, las golondrinas, la vida sobre los cueros del toldo de Koonek, y de repente se escucho la voz de la anciana que desde el interior de este reprendía a todos por haberla dejado durante todo el invierno. Un chingolito le responde: “nos fuimos porque en otoño comienza a escasear el alimento, además durante el invierno no tenemos lugar en donde abrigarnos”. “Los comprendo” – Respondió Koonek – Por eso a partir de hoy tendrán alimento en otoño y buen abrigo en invierno, ya nunca me quedaré sola.”….. y luego la anciana calló.

Cuando una ráfaga, de pronto, volteó los cueros del toldo, en lugar de Koonek se hallaba un hermoso arbusto espinoso, de perfumadas flores amarillas. Al promediar el verano, las delicadas flores se hicieron frutos y antes del otoño comenzaron a madurar tomando un color azulmorado de exquisito sabor y alto valor alimentario. Desde aquel día algunas aves no emigraron y las que se habían marchado y se enteraron de la noticia, regresaron para probar el novedoso fruto del que quedaron prendados.

Los tehuelches también lo probaron, adoptándolo para siempre. Desparramaron las semillas en toda la región y, a partir de entonces, “ EL QUE COME CALAFATE, SIEMPRE VUELVE “