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Quién fue Sancho Panza

El objetivo que tenemos propuesto para hoy, desde Neetescuela, es hablar sobre uno de los principales personajes de la fantástica obra maestra de Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha. Te contaremos, a lo largo de este post, quién fue Sancho Panza, incluyendo anécdotas y refranes de uno de los protagonistas más prodigioso del libro.

Cuando Don Quijote toma la decisión de armarse de caballero andante para emprender aventuras, le pide a Sancho Panza que sea su escudero. En otras palabras, debía ser su mano derecha en todo momento, aceptando la propuesta con la promesa de recibir, algún día, un premio por los servicios prestados -ser gobernador de su propia isla, por ejemplo-.

En este tiempo solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien —si es que este título se puede dar al que es pobre—, pero de muy poca sal en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero. Decíale, entre otras cosas, don Quijote que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez le podía suceder aventura que le ganase, en quítame allá esas pajas, alguna ínsula y le dejase a él gobernador della. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que así se llamaba el labrador, dejó su mujer y hijos y asentó por escudero de su vecino.

A pesar de ser un hombre sencillo y de buen corazón, la falta de educación no lo beneficiaba en varios aspectos. Aún así, la sabiduría popular de Sancho Panza no la tenía ningún otro escudero del lugar. Eso puede verse claramente en los diálogos que brindaremos a continuación entre él y Don Quijote, repletos de frases hechos y refranes.

—¿Adónde vas a parar, Sancho, que seas maldito?  —dijo don Quijote—. Que cuando comienzas a ensartar refranes y cuentos, no te puede esperar sino el mesmo Judas, que te lleve. Dime, animal, ¿qué sabes tú de clavos, ni de rodajas, ni de otra cosa ninguna?

—¡Oh! Pues si no me entienden —respondió Sancho—, no es maravilla que mis sentencias sean tenidas por disparates. Pero no importa: yo me entiendo, y sé que no he dicho muchas necedades en lo que he dicho, sino que vuesa merced, señor mío, siempre es friscal de mis dichos, y aun de mis hechos.

—Fiscal, has de decir —dijo don Quijote—; que no friscal, prevaricador del bueno lenguaje, que Dios te confunda.

La tranquilidad de Sancho Panza lo ha beneficiado mucho en cuestiones de batalla. Un claro ejemplo de ello se puede observar cuando el escudero del Caballero del Espejo busca generar pelea con él, a lo que le responde:

Cuanto más que yo quiero que sea verdad y ordenanza expresa el pelear los escuderos en tanto que sus señores pelean; pero yo no quiero cumplirla, sino pagar la pena que estuviere puesta a los tales pacíficos escuderos, que yo aseguro que no pase de dos libras de cera, y más quiero pagar las tales libras; que sé que me costarán menos que las hilas que podré gastar en curarme la cabeza, que ya me la cuento por partida y dividida en dos partes

[…]

—¡Mirad, cuerpo de mi padre —respondió Sancho—, qué martas cebollinas o qué copos de algodón cardado pone en las talegas, para no quedar molidos los cascos y hechos alheña los huesos! Pero aunque se llenaran de capullos de seda, sepa, señor mío, que no he de pelear; peleen nuestros amos, y allá se lo hayan, y bebamos y vivamos nosotros; que el tiempo tiene cuidado de quitarnos las vidas, sin que andemos buscando apetites para que se acaben antes de llegar su sazón y término y que se caya de maduras.

Don Quijote cree, sin embargo, que las aventuras de su caballero andante pertenecen a la realidad, pero Sancho no está del todo convencido. Se deja llevar muchas veces por las hazañas de su amo y cree en todo lo que le dice, aunque en varias ocasiones es él la voz de la razón. Un ejemplo de esto puede verse cuando Don Quijote está a punto de arremeter contra un ejército, que en realidad es una manada de ovejas, y él le dice:

—¡Vuélvase vuestra merced, señor don Quijote, que voto a Dios que son carneros y ovejas las que va a embestir! ¡Vuélvase, desdichado del padre que me engendró! ¿Qué locura es ésta? Mire que no hay gigante ni caballero alguno, ni gatos, ni armas, ni escudos partidos ni enteros, ni veros azules ni endiablados. ¿Qué es lo que haces? ¡Pecador soy yo a Dios!